miércoles, 13 de abril de 2011

El bar de los miserables.

Anoche me apetecía salir, me apetecía perderme en un mar de gente, dejar que me bañara una espuma de rostros, pero sin que nadie se fijara en mi presencia, salir como un anónimo, no encontrarme ni familiares ni amigos, gatear sin identidad, sin portar el DNI, y dejar que las horas pasasen en algún rincón,con una cerveza fría entre las manos.

Me senté en un bar, al final de la barra, mirando al fondo de la jarra ya vacía, deslizaba los dedos por el aún fresco cristal, eludía cualquier contacto con todos los que allí estaban enmascarando su soledad. Mis intentos fueron estúpidos, pues "no hay distancia más corta que una línea recta", y no hay camino más rápido a otra persona que cruzar miradas. Al fondo unos ojos negros me miraban, intentando darme un nombre, intentando ponerme identidad, vestirme de un pasado y un presente, que yo iba esquivando, y a la vez buscaba deslizar sus dedos bajo mi piel, entre músculo hueso y sentimiento, yo no podía dejar de observar los agujeros negros que intentaban tragar una imagen de mí, pedí la última copa y me fuí, no sería esta noche, me había dejado mi traje de humano para ser un desconocido, había salido solo, para amarme a mí mismo, me perdí en un rincón oscuro para encontrarme, no para que me encontrasen, aún sigo buscando, no sería tampoco esa noche.

1 comentario:

Julio Muñoz dijo...

Reconozco que he tenido abandonado el reader mucho tiempo, pero ha sido toda una una sorpresa ponerme al día y encontrar tu blog y todas estas entradas que no he leído, geniales, sobre todo este relato, esta reflexión, me ha encantado. Un abrazo.