lunes, 3 de septiembre de 2012

Cristal carmesí.

Pasen y lean la historia del Príncipe de los reflejos, que vivía en un castillo de cristal donde tenía de todo pero nada podía ocultar. El padre del príncipe de los reflejos hizo construir su castillo de cristal, un cristal tan resistente como las promesas de cien hombres honrados. Había querido hacerlo así para demostrar que un monarca no tiene nada que ocultar, y su pueblo ha de confiar en él por su honradez y transparencia. Así el príncipe reflejo creció en el castillo más brillante de la antigua era. Creció maravillándose de su reflejo en las paredes, en el suelo, en los techos, en las mesas. Así también el pueblo lo vio crecer como un apuesto príncipe, que no dudaba en mostrar su belleza. Creció amándose a sí mismo, más que a otra cosa. Creció viendo como el pueblo observaba boquiabierto la vida de los bendecidos con la sangre azul. Pero sobretodo creció sin la honradez y el buen corazón de su padre, confundiendo y corrompiendo la verdadera razón de ser del castillo.

En el centro yacía el corazón del palacio. Una sala hecha de rubí llamada la cámara carmesí. Allí durmieron el Rey y la Reina hasta el día que perecieron en un accidente cuando el joven príncipe estaba a punto de cumplir la edad para reinar. A pesar de la transparencia de sus padres y de su propio hogar, poco pudo aprender el príncipe de ellos, y al no poder esconder nada a la vista de todos, guardo en su interior todos sus secretos. Secretos que sin la luz del día se volvieron más oscuros y opacos, y acabaron por enquistarse.

Tras la muerte de sus padres la cámara carmesí acabó siendo su hogar, no salía casi nunca. Y al pueblo le preocupaba, se amontonaban en las paredes exteriores del castillo para ver que pasaba con el futuro Rey pero poco alcanzaban a ver a través del rubí. Llegaba el momento de tener un nuevo Rey, y las otras regiones comenzaron a mandar a sus hijas para que aquel reino tuviera su princesa.
 La primera en llegar fue Esmeralda, su belleza dejó boquiabierto al príncipe, que mostrando su lado más perverso quiso consumar el matrimonio incluso antes de casarse. Ella se negó, cuidando de entregarse antes de ser la elegida, pero a un futuro Rey no le gusta un no como respuesta, y se niega a escuchar una palabra que no salga de su boca. Así que tras un forcejeo, la cabeza de la princesa cayó firme sobre el rubí quedando inerte para siempre.

Pasaron horas y el palacio se preguntaba que extrañas sombras se veían tras el rubí. El rigor mortis sobrevenía a la princesa que adquiría la dureza del cristal de su nombre. Y la sangre seguía brotando de su herida en la cabeza, dándole al suelo de la cámara un tono aún más oscuro. Días más tarde con el cuerpo de Esmeralda entre los bloques del suelo de rubí, la sangre comenzó a filtrarse y a teñir las paredes de los pisos inferiores. Le era imposible guardar el secreto en aquel castillo, no podía sacar el cuerpo y no podía llegar a los jardines de árboles amatista para enterrarla por siempre. Algunos secretos dejan de perseguirte cuando los entierras, pero en el mundo donde él vivía, no se podían tener secretos, ni enterrados ni bajo tu cama. Y pronto llegaría más princesas, pronto Esmeralda debería dar noticias a su Padre. Pronto todo se complicaría.

Se miraba en los reflejos de la habitación roja y siempre recibía el reflejo retorcido de alguien totalmente cubierto de sangre, por muy limpio que estaba. Veía sombras a través de la roca encarnada, se preguntaba si se estarían dando cuenta del desastre, se cuestionaba cuan distorsionado podían ver todo aquello y cuánto duraría el engaño, y entonces escuchó a una criada hablar con otra sobre las paredes de las celdas inferiores. Se dio cuenta de que había que hacer algo. De noche cuando todos dormían salió de su celda granate y horrorizado vió los azulejos que estaban bajo la habitación carmesí. La criada tenía razón, parecía una exposición de frotis sanguíneos. Si el pueblo se enteraba colgarían su cabeza en una pica,-¡UNA PICA DE CRISTAL!- pensó. Nadie saldría de ese castillo para hablar de las paredes. Fue a la sala de los leñadores, cogió un hacha y acabó uno por uno con los criados, habitación por habitación fue convirtiendo el castillo que una vez fue el orgullo de una nación en las entrañas de un humano de cristal. Se horrorizaba de verse reflejado en su casa cometiendo actos tan macabros y eso lo llevaba a cercenar con más furia, entrando en una enferma espiral de empapar las paredes para apagar así sus reflejos. Espiral que no parecía acabar, mirara donde mirara se veía cometiendo otro asesinato, mirara donde mirara estaba él, sin poder parar de pintar todo con sangre, y sin poder parar de juzgarse y condenarse.

Se hizo de día y no podía creer todo lo que había hecho, no podía ver más allá de las paredes, sabía que cada mañana el pueblo se acercaba a ver qué nuevas traía la sangre azul, pero esta mañana no sabía si estaban ahí. Tampoco sabía que hora era, puesto que la pintura roja que ahora cubría las habitaciones no le dejaba ver el sol. No tardó en romper a llorar, conviertiéndose en una pieza corrupta y frágil que había traicionado así al cristal transparente y resistente de la familia. Ni tardó mucho en llegar la guardia real en busca de la princesa perdida. Lo encontraron en su habitación, sobre el cristal que escondía el cuerpo de la muchacha. Su sangre fue la última en oscurecer el castillo. Su cabeza quedó a la vista de todos en una pica especial para él, de rubí, así fue como pasó de ser el príncipe de los reflejos a el Rey Carmesí.