jueves, 5 de julio de 2012

Wolves.

Mi vida tiene épocas que se desdibujan, se mezclan sueños con realidad. Y diría que durante una de esas épocas podría decir que visité a un experto en temores y miedos. Un hombre de trabajo misterioso que te dotaba del poder de convertir tus miedos en formas sólidas a las que vencer. Terapia de personificación del miedo lo llamaba. Te retaba a que lo convirtieras en una criatura que de verdad temieses, no valía con convertir tus miedos en cobayas y vencerlos rápidamente. No, el proceso debía aterrorizar, debía doler, debía ser un camino de agonía, en el más puro sentido de la palabra agonía, combatir.

Las primeras terapias no funcionaron. Mis temores no tomaban la forma que debían tomar. Líquidos oscuros de olor a petróleo. Gases negros como el humo que sale de un incendio. pero nada terrorífico, ni garras, ni dientes. Aquel terapeuta de habilidades especiales insistía en que debía convertir mi miedo en algo más potente, algo bello pero que despidiese respeto. Quería que me enfrentase a una máquina imparable de colmillos.

Y así ocurrió un par de meses después. Varias personificaciones del miedo vinieron antes que aquella. Pero aquella era la exacta, representaba todos mis miedos, grandes y pequeños. Una jauría de lobos. Majestuosas bestias convertidas en una perfecta licuadora de colmillos y garras. Decenas de ojos mirándome desde la sombra. Aullando desde la oscuridad, llenándome la cabeza de ideas. De terror.

Luché mano a mano con aquellas bestias, hasta que solo quedó una. ¿Sería mi mayor miedo? ¿Cómo podía saberlo si ahora todos tenían la misma forma? En un descuido dejé que escapara. Y tuve que correr tras él. Cuando lo alcancé, vi sus crías, las protegía. No eran oscuras como él, sino de pelaje blanco, pequeñas criaturas blancas, que no sabía muy bien si eran producto mío o ya estarían allí. Cruzamos las miradas y vi más terror en sus ojos que en los míos. ¿Era eso aguantarle la mirada al miedo?

Entonces me di cuenta. ¿Tenía derecho a acabar con todos mis miedos? Al fin y al cabo, ¿No eran aquellos lobos una parte más de mí? Salí corriendo de allí, de aquel bosque, o de aquel sueño, dejando que el lobo se quedara con sus crías, que las alimentara, que las viera crecer. A día de hoy no sé aún que miedo era el que dejé libre, no sé en que se han convertido aquellas crías blancas. Pero espero que algún día recuerden que no quise borrarlos de mí y que en vez de en debilidades se hayan convertido en fortalezas.