lunes, 1 de octubre de 2012

Hank y el mundo.

Todo el que haya estado orbitando por el espacio sabe que Dios no existe. Quiero decir, subes allá arriba, tocas las puertas del cielo y nadie responde. Fíjate, bien entrada la noche está todo a oscuras, ventanas cerradas. Diría que no hay nadie allí arriba desde hace años. En cambio, y no me malinterpretéis por supuesto hay cosas allá arriba. Quizás no un Dios, pero desde luego existe un niño pelirrojo llamado Mike que le encanta jugar con los destinos de la gente, que entrecruza nuestras vidas, que dibuja casualidades. Todo un pequeño bribón.

Obviamente yo no sé nada de esto, no lo he visto personalmente. Me lo ha dicho Hank. Hank es un anciano que vive en una calle principal cerca de mi casa. Hank nunca sale fuera, él se sienta frente a la ventana. No le gustan los exteriores. Se sienta allí y entabla conversación con cualquiera que se siente en el banco frente a su casa. Y un día tras otro, esa persona fui yo.

Hank y yo hicimos un trato casi desde el principio, yo no le preguntaba porque nunca salía y él no me preguntaba por quién esperaba cada día, y porqué cada día me plantaban en el mismo lugar. Así me contó como veía el mundo. Era curioso como alguien podía saber tanto del mundo sin salir a pasear por él. Pero claro, en el fondo sabía, que todo lo que me contaba era porque lo había aprendido antes de temer el exterior. Tengo tanto que contar de Hank, que no sé por donde empezar hoy pero prometo que si queréis os contaré como ve Hank el mundo.


No hay comentarios: