domingo, 11 de marzo de 2012

Pulsa espacio para continuar.




Bienvenidos al silencio infinito y al frío inmutable. Bienvenidos a su vez, al calor apubullante y al brillo que no cesa. Bienvenidos a esa nebulosa donde nacen o mueren las estrellas, estáis entrando en Hollywood, estáis entrando en mi pequeño universo de penas y glorias.

No voy a presentarme porque creo que me he presentado demasiadas veces en mi vida, voy a separaros directamente el grano de la paja. Nunca debí venir aquí, salir de Nueva York, escapar de mi pequeño mundo de pequeños relatos y silenciosos logros. El caso es que aunque no debiera lo hice, a alguien le gustó que escribiera sobre lo gracioso que es adorar a un Dios que nos odia, a alguien se le ocurrió que sería buena idea escribir un guión de cine sobre ello, a alguien se le antojo cambiar mi vida, y a mí me pareció bien.

Me equivoqué, estaba a años luz de comprender que esta ciudad te cambia totalmente, que hay planetas que es mejor no visitar. Que aunque pensase que no hay vida inteligente en mi pequeño mundo, no era razón suficiente para pensar que sí la había fuera. Llegar a Los Ángeles fue totalmente un Big Bang, el comienzo de una cuenta atrás que me ha llevado hasta hoy. Los Ángeles, bonito nombre para un lugar que no te da salvación alguna, en todo caso, me ha condenado. Claramente, no todo fue arder en los fuegos de mi infierno personal. He sido grande, grandísimo, una supernova, he brillado con la potencia de mil soles. De mirar de niño al cielo y preguntarme que había allí arriba a ser mi propia constelación, a mirar cara a cara a este lugar, maraña de rostros famosos y de talentos que no dejan de brillar formando esta maldita nebulosa, a perder el gas, a consumirme poco a poco con la misma energía que me ha hecho brillar.

Cuando llegué aquí todo eran estrellas, fiestas, todo era una galaxia detrás de otra galaxia. Estábamos en lo más alto, te miraban como si fueras verdaderamente un cuerpo celeste, te hacían fotos, escribían sobre ti. Después de años de escribir sobre todo, escribían ahora sobre mí, es de locos... Estaba tan arriba que al mirar abajo veías otro cielo, un cielo de flashes, de ojos brillando en la oscuridad y de sonrisas perfectas. Sonrisas que no tardaron en torcerse cuando se le acabó la gasolina al cohete de mis ideas. Qué duro es darte cuenta de que no eres un Sol, que eres una estrella fugaz. Mientras pasas todos se quedan admirándote, pero la notoriedad de una estrella fugaz dura poco, nada gira en torno a ti como te creías, pero ahí arriba todo se ve tan distinto. Las distancias también son distintas, es muy fácil perderte a ti mismo aquí arriba, sin gravedad, orbitando alrededor de todos los pecados que se ponen en tu trayectoria. Vives necesitando un buen telescopio para poder seguir la estela de tu ego, aún con todo este brillo todo se volvió tan oscuro.

Maldita sea, si cuando morimos vamos al cielo, ¿a dónde van las estrellas cuando mueren? Me lo pregunto mucho últimamente, creo que me he perdido del todo, que este lugar lejos de ser el principio de algo se ha convertido en un agujero negro, un retrete galáctico que ha ido succionando mis ideas, dejándome sin nada, porque un escritor sin ideas no es nadie, no se merece un hueco en el lienzo de Dios. Y eso es lo que me queda ahora, esperar a que el agujero negro en el que esta ciudad se ha convertido acabe absorbiendo todo mi mundo, la poca cordura que me queda y con suerte deje el universo completamente en blanco.






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